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Perspectivas

Darío Sztajnszrajber: Cultivar la autonomía, un motor para sostener el cuidado

Entrevistamos al filósofo y docente con quien profundizamos algunos conceptos que atraviesan el cuidado en diferentes etapas de la vida.

Por el equipo editorial de Aprender Salud. Nota publicada originalmente en la revista impresa, edición Junio 2016.

El cuidado, hoy en día, está asociado -entre otras cosas- al “para qué”: ¿Para qué me cuido? ¿Para qué estoy en este mundo? ¿Para qué cumplir con lo que me dice el doctor? Preguntas, en principio, relacionadas con la utilidad, con el valor del cuidado, pero cuyas respuestas exceden al campo de la salud y tienen diferentes significados si las piensa un adulto mayor, si reflexiona un adolescente. 

Con este punto de partida entablamos una amena charla con el docente y filósofo Darío Sztajnszrajber, quien destaca un valioso concepto que queremos transmitir: el valor de cultivar la autonomía.

¿Qué nos dice la filosofía acerca del cuidado?
-En la antigüedad, el patio del templo de Apolo -conocido como el oráculo de Delfos- era el lugar donde se hallaban inscriptas un montón de Máximas Pitias que la gente podía ver y tomaba para su vida, eran como mensajes de Dios. De esas 147 fórmulas o máximas para la vida, la más famosa es “conócete a ti mismo”. 

La pregunta es si esto tiene que ver con una actitud contemplativa, teórica, o si tiene que ver con una actitud práctica que está mucho más cerca del “cuídate a ti mismo”. Yo lo veo por ese lado: vayamos hacia allí, con una actitud abierta, de inquietud en el sentido de formularte preguntas pero también de considerar cómo uno actúa en las prácticas cotidianas.

”A los jóvenes no les llega el imperativo del cuidate -no porque no quieran cuidarse- sino porque no quieren que alguien desde afuera les direccione un camino. Se trata de que cada uno, en su edad, encuentre sus propios patrones.

En la práctica, cuando los médicos se refieren a este tema, lo relacionan con otro concepto: la autonomía...
-Si, es cultivar la autonomía. Autonomía en griego significa “el que se da sus propias leyes” y tiene que ver con la posibilidad de que uno no siga ciega o compulsivamente lo que otros necesitan que uno sea y que uno haga. La autonomía implica, en este sentido, el juicio propio, la decisión propia, que obviamente nunca es cien por ciento auténtica porque hay un montón de condicionamientos que están operando como las instituciones normalizadoras, el consumo y la publicidad, la política...

Pero hay un punto en donde uno puede elaborar todos esos condicionamientos y decidirse por un juicio autónomo. Digamos que la autonomía es siempre un trabajo, una pelea que uno va dando contra esos condicionamientos instalados en los sentidos comunes de la cotidianidad, que justamente impera tratando de disolver esa autonomía.

La sociedad de consumo nos da todo procesado para que uno -justamente- lo utilice y no haga esa reflexión que muchas veces conduce a contradicciones, a ambigüedad. Conduce a toda una serie de zonas menos claras, más confusas, difusas, pero que son un poco lo que caracteriza a la condición humana. Y la salud no esta exenta de esto.

Hay otro concepto relacionado, la independencia. ¿En qué se diferencia de la autonomía?
-La autonomía yo la veo más por la positiva y la independencia, al contrario, como un concepto que emerge ante una situación de dependencia, que puede ser la de un adolescente cuando siente que ya cumplió su tiempo en su hogar, o la de un adulto mayor con toda la problemática que implica el depender de otros para sobrevivir. Desde esos ejemplos más cotidianos -por llamarlos así- hasta la independencia política, económica, etc.

Me parece que -cuando uno piensa en independencia- tiene previamente visualizado contra qué quiere independizarse. Mientras que la autonomía, al contrario, surge más como un impulso, por querer establecer el juicio propio. No es que haya tanta diferencia desde como yo lo pienso, pero se puede abordar un poco así. 

Y ambas pueden convivir, a veces de un modo paradojal. Por ejemplo podés ser dependiente, necesitar ayuda para lavarte los dientes, pero autónomo como para elegir tu novia. El tema, en estos casos, es claramente que se respete la autonomía de quien es dependiente...
Por ejemplo una persona de 85 años en todos sus contextos, que tienen que ver desde el manejo de la tecnología hasta su vida afectiva, allí evidentemente el paradigma adultocéntrico no funciona. Los adultos mayores -y también los jóvenes- quedan afuera de ese molde: una persona de 80 queda excluida radicalmente de la posibilidad de su realización. Como sociedad queremos direccionarles un camino. Y me parece que se trata de que cada uno, en su edad, encuentre sus propios patrones.

¿Qué es el paradigma adultocéntrico? ¿Cómo se sostiene la autonomía en esta situación? 
-Es entender la vida sólo desde los parámetros que tiene el adulto promedio. No pasa por una edad específica sino por un símbolo cultural. ¿A qué llamamos ser adulto? En general supone una edad media, el haber terminado una carrera, tener trabajo, ser padre de familia, supone la entrada a ciertas prácticas sociales institucionalizadas… Este paradigma les dice a los mayores, “ya pasó su hora, al geriátrico”. Sin embargo, cada edad tiene sus posibilidades sus potencialidades, sus desafíos…

Esto pasa también con los adolescentes, son esos dos extremos que quedan por fuera del adultocentrista: el del joven que no “se amolda” y el del viejo, que se descarta por estar fuera de la “edad productiva”. Hoy la productividad es una medida muy fuerte en la sociedad.

¿La filosofía se pelea con esta idea, no?
-¡Uf! A mí todavía me pasa que, cuando alguien me pregunta “¿a qué te dedicás?” y yo digo “filosofía”, me dicen:  “¿y eso para qué sirve?” O sea, no le encuentran productividad, no la pueden comprender desde ese paradigma si no se traduce en algo productivo. Y, por lo general, se la coloca en el simpático arcón de las cosas improductivas, que están ahí.

Y en tu trabajo docente con los jóvenes, en los medios, ¿cómo encarás este desafío?
-Mi experiencia en clase, mi experiencia con jóvenes y todo lo que hago a nivel masivo a nivel medios, siempre lo empecé como dicta la filosofía. La filosofía tradicional parte de escuchar: para mí una clase de filosofía no es ni una bajada de línea, ni una exposición dogmática, ni un dictado de conceptos. Yo doy la clase que tengo que dar pero nunca una clase es la misma, sino te quedás en tu concepto encerrado y te creés como docente que tenés la obligación de “formar”, como si el que está del otro lado no tuviera forma, o el docente estuviera formado porque maneja cuatro conceptos teóricos. Es un diálogo y el diálogo empieza siempre que la palabra del otro tenga más importancia que la propia.

Las Máximas Pitias o Preceptos Délficos
Compartimos una selección de estos antiguos preceptos que encontramos útiles para el bienestar.

Aprende a aprender.
Reflexiona sobre lo que hayas escuchado.
Conócete a ti mismo.
Persevera en tu educación.
Haz uso del arte.
Trabaja por lo que es digno de ser adquirido.
Acepta la vejez.
No te canses de aprender.
Respeta al anciano.
Enseña a los más jóvenes.

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